Impulsa UAM desarrollo comunitario hacia la equidad y la sostenibilidad

Jesús Manuel Ramos García analiza el papel de las instituciones y comunidades en el fortalecimiento del desarrollo social
La interacción entre gobierno, academia y comunidades es esencial para consolidar iniciativas sustentables
El futuro del desarrollo sustentable depende del reconocimiento de la diversidad de formas de organización y economía que existen en México, por lo que no basta con aprender nuevas estrategias, es necesario desaprender modelos impuestos y permitir que las comunidades definan su propio camino hacia la sostenibilidad, afirmó el doctor Jesús Manuel Ramos García, académico del Departamento de Administración de la Unidad Azcapotzalco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Mencionó que, sin un respaldo institucional sólido, el desarrollo social se convierte en un proceso desigual y difícil de consolidar. “A lo largo de la historia, las comunidades han demostrado una increíble capacidad de adaptación y supervivencia, pero sigue habiendo tareas pendientes para garantizar una evolución genuina que responda a sus necesidades reales”.
En entrevista comentó que uno de los principales obstáculos que persisten es la educación basada en principios de una racionalidad económica instrumental y de mercado, individual ante lo colectivo, que se enfoca en la subordinación, ya que desde hace generaciones, la sociedad ha sido instruida bajo un modelo que prioriza la dependencia laboral sobre la autogestión y la autonomía comunitaria.
“Para alcanzar un desarrollo sostenible, es crucial cambiar esta mentalidad y promover formas de organización que permitan a las comunidades gestionar desde la territorialidad sus propios recursos, definir sus prioridades y construir estructuras económicas y sociales independientes”.
El papel del gobierno y el sector privado en este proceso es clave, pero su intervención debe ser respetuosa y bien dirigida. “Es fundamental que las políticas públicas partan de las propias racionalidades y formas de vida de las comunidades, no desde modelos impuestos que busquen controlarlas; el desarrollo no debe entenderse únicamente como un conjunto de regulaciones, sino como un proceso de fortalecimiento que permita la preservación de la vida digna, de los conocimientos y saberes ancestrales y tradicionales”, mencionó.
Aseguró que las bases para un desarrollo sostenible comienzan a establecerse, especialmente en las comunidades indígenas, rurales y urbanas que buscan transformar sus formas de organización para vivir de mejor forma y dignamente. “Para consolidar este proceso, es indispensable reconocer y comprender otras formas de vida, de trabajo, de hacer economía y sociedad que han sido invisibilizadas. Como el buen vivir, la buena vida, la comunalidad, entre otras filosofías que son de los territorios y comunidades en nuestro país”.
El especialista en Estudios Organizacionales sostuvo que el reto no es solo aprender nuevas estrategias, es desaprender las estructuras impuestas que han limitado el desarrollo genuino de las comunidades, y solo así será posible construir un futuro equitativo, sustentable y adaptado a las verdaderas necesidades de la sociedad, consideró.
Más que un concepto, una construcción social
Planteó una visión crítica sobre los conceptos de desarrollo sustentable y el papel de las colectividades en la actualidad. Para él, el progreso social ha sido moldeado por discursos externos que han transformado su significado original, convirtiéndolo en una etiqueta que no siempre responde a las verdaderas necesidades de la sociedad.
En su análisis, Ramos García destacó la importancia de cuestionar las estructuras impuestas y reconocer que el desarrollo no debe ser únicamente un término de moda, sino una construcción genuina que permita la convivencia y la supervivencia de manera sostenible.
“Históricamente, el concepto de desarrollo ha tenido un enfoque predominantemente económico, influenciado por políticas gubernamentales que priorizaban la cuantificación del crecimiento sobre el impacto social. No fue sino hasta las últimas décadas, ante el reconocimiento de las diversas crisis sociales, ambientales y humanas, que el avance social y comunitario cobró relevancia, ampliando su significado para incluir factores humanos, ambientales y sustentables”.
Sin embargo, apuntó que este cambio conceptual no siempre ha significado una evolución positiva, pues en muchos casos las estrategias de desarrollo han sido utilizadas como herramientas de imposición hacia las colectividades, desplazando sus conocimientos y formas de organización y de hacer economía.
Para que el desarrollo sea realmente sustentable, es necesario que preserve la vida digna de todos, y que exista un proceso de socialización y transmisión de conocimientos y saberes entre generaciones, permitiendo que las comunidades fortalezcan sus prácticas y dialoguen con nuevas propuestas sin perder su esencia, explicó.
Desde una mirada crítica, el concepto de desarrollo comunitario no ha evolucionado en el sentido estricto de la palabra, ha sido objeto de análisis y transformación por distintos actores. “En muchos casos, ha sido adaptado a discursos institucionales que buscan validarlo dentro de estructuras de poder, perdiendo su autenticidad en el camino”.
Enfatizó que el verdadero avance debe considerar un enfoque integral que abarque no solo lo social y lo humano, debe hacerlo con la relación entre la naturaleza y el entorno. “Solo así se podrá hablar de un desarrollo que sea realmente inclusivo y respetuoso con las colectividades que buscan construir su propio futuro”.
Territorio, identidad y saberes, pilares del desarrollo comunitario sustentable
El desarrollo comunitario sustentable se fundamenta en pilares esenciales que garantizan su eficacia y continuidad. El primero y más importante es el territorio; “comprender el territorio implica reconocer su valor no solo como un espacio físico, sino como el entorno que define la identidad y cohesión de una población. No se trata solo de las personas que la conforman o el espacio geográfico, sino de todo el hábitat en el que se llevan a cabo sus dinámicas sociales, económicas y culturales. Sin una comprensión y apropiación consciente del territorio, es difícil establecer un modelo sostenible”, dijo.
Otro es la identidad, ya que, según abundó el investigador, las comunidades que poseen un fuerte sentido de pertenencia y reconocimiento de su filosofía de vida, de sus saberes y tradiciones tienen mayores posibilidades de organizarse y enfrentar los desafíos externos.
“La comprensión y sistematización de saberes y conocimientos es fundamental, pues permite preservar sus formas de vida y racionalidades. A través de este proceso, se explica no solo la relación entre las personas y su entorno, sino con la economía, la gobernanza y la manera en que la población plantea su vida y define su futuro”, aseguró.
En términos sustentables, existen múltiples iniciativas comunitarias que han logrado un impacto significativo en la mejora de la calidad de vida. Estas no se limitan a zonas rurales o indígenas, sino que también se encuentran en los centros urbanos. “En Ciudad de México, proyectos culturales, ambientales como huertos comunitarios, proyectos de comercialización solidaria, de trabajo solidario y redes de apoyo, han transformado dinámicas sociales y económicas, ofreciendo alternativas de vida digna, justicia y equidad laboral, subsistencia y fortaleciendo la vida colectiva”, refirió Ramos García.
Además, organizaciones que han surgido de redes comunitarias de productores y usuarios, amas de casa, huertos escolares y actividades culturales para personas desempleadas han permitido consolidar espacios de participación y desarrollo.
A nivel territorial y en relación con la naturaleza, se han generado importantes proyectos en estados como Oaxaca, Puebla, Chiapas y Guerrero. “La resistencia del sur ante los embates de un modelo económico dominante es clave para entender cómo la naturaleza es concebida como un elemento de vida, más allá de su uso como recurso financiero”, comentó.
Estas experiencias muestran que el desarrollo comunitario sustentable no solo depende de la implementación de políticas, implica la recuperación de prácticas y conocimientos ancestrales que permitan a las poblaciones definir su propio camino sin ser subordinadas a intereses externos. “Para avanzar en este proceso, es esencial reconocer que el progreso no es una fórmula universal, sino una construcción basada en la identidad, el territorio y la organización colectiva”.
Organización social y educación
Ramos García aseguró que las organizaciones comunitarias desempeñan un papel fundamental en la transformación social y ambiental de una región. “Son agentes de cambio activos que, en muchos casos, operan al margen del Estado cuando las instituciones gubernamentales no atienden las necesidades locales”.
A diferencia de entidades políticas o comerciales, suelen abordar problemas y necesidades vitales de la sociedad que no representan una oportunidad de negocio para el mercado, lo que las convierte en actores clave para el bienestar comunitario.
Su enfoque se basa en la vida antes que el capital, en las personas, en la autogestión, la solidaridad y la preservación de valores y saberes propios. “En algunas comunidades, la presencia de organizaciones no es tan fuerte, pero existen procesos que pueden evolucionar hacia estructuras más sólidas y con mayor alcance”, agregó.
El investigador manifestó que, para fortalecer el impacto de estas organizaciones, es esencial que las Universidades y los centros de investigación se involucren de manera activa. La primera tarea es identificarlas y acercarse a ellas con una orientación respetuosa, evitando la imposición de modelos externos.
Otro paso sobresaliente es la inclusión de estos conocimientos en la educación formal. “Los planes de estudio deben reflejar la existencia de formas comunitarias de organización, vida y economía, mostrando alternativas al sistema tradicional basado en la racionalidad económica”.
Esto no debería limitarse a disciplinas específicas, debe integrarse en múltiples áreas del conocimiento, promoviendo una visión más amplia sobre el desarrollo sustentable y social. Las experiencias comunitarias pueden convertirse en una base sólida para un modelo de educación emancipatorio que refuerce el vínculo entre la academia y las realidades sociales, finalizó.